LO QUE SE PUBLICABA EN 1880 SOBRE EL BANDO DE LA HUERTA
AÑO. II Domingo 8 de Febrero de 1880
Núm.301
DIARIO DE MURCIA
DIARIO
PARA TODOS
LOS
BANDOS DE LA HUERTA.
Oficialmente se ha suprimido por este año el Carnaval. Los
pueblos, como las familias y los individuos, tienen sus días de luto, y de
luto son todavía para esta ciudad los que trascurren. No puede negarse el buen
sentido del pueblo. Tal día corno hoy, en años anteriores, se desbordaba en
loca alegría la juventud marciana, y disfrazados de huertanos y caballeros en
sendas borricas, recorrían la población, echando, en un lenguaje disparatado,
que quería imitar el que hablan los habitantes de nuestra vega, lo que se
llamaba «El bando de la Huerta».
Era de ver aquellos panochos con pantorrillas de
alfeñique, como revolucionaban a la población y la ponían a punto de caramelo
para seguir, en los días sucesivos de carnaval, relinchando, sino en huertano,
en moro, en turco ó en cualquiera otra lengua, que se prestase a la expresión
de la locura carnavalesca.
Días antes, en los correspondientes a ayer y anteayer, ya habían
pregonado los ciegos, con sus destemplados gritos, los «esmoñigamientos del Tío
Perete Plantones» —«bando del Tío Juan Zambullo» — «la Perolata del Tio Faso el
Zurdo arcarde de la ciera mayor de la Ñora»— «la Destrución que el Tio Casimiro
Pimentones hace a toos sus avacinaos y en particular a las zagalas pa que no
las arreprete nengun churubito en estos días de carrestuliendas», y otros
documentos por este estilo, todos ellos parodia, casi siempre ridícula, de
nuestras costumbres huertanas, y de nuestros huertanos.
Pero, este año, todo el mundo respeta el estado miserable
de la huerta, y nadie se atreve a hacer nada que en lo más mínimo pudiera
atormentar a sus moradores.
Porque, no hay que dudarlo, a los huertanos les incomodan
los bandos de la huerta. No se pueden convencer de que, en verdad, nada va
contra ellos; sino que en realidad lo que se hace, cuando se hace con ingenio,
es valerse de su sencillez para decir verdades, unas veces para las autoridades,
y otras para los mismos «churubitos.»
Los zaragüelles no pueden ridiculizarse; ellos dicen, no
que son perros judíos los que los llevan, sino que son hijos de los nobles árabes
que pulieron un día con quistarnos é implantar en España una nueva civilización,
de la cual brotó, una tierra feraz y cultivada, una ciencia nueva, un arte
nuevo y un nuevo genio para la raza ibera.
Los zaragüelles son el legado del pueblo árabe, que
encontró esta vega estéril y llena de inútiles murtas, y la hizo más deliciosa
que el Yemen y más perfumada que la Arabia. Con los zaragüelles, vinieron a
Murcia la naranja y el limón, el dátil, el higo, la ciruela, el lino y otras
mil plantas; y los que vestían ese ligero traje, la contraparada Contraparada y dejaron sus nombres en Albadel y Beniajan, en Aljucer y
Aljufia, en Benicomay, Beni-Halen, Benicotó, Benetucer, Ben-jalac etc.
No, no es posible que los bandos de la huerta hayan querido
ni podido ridiculizar los zaragüelles, que son todavía la tradición viva de
Murcia.
En cualquier parte de España que se vean unos zaragüelles,
aunque sean puestos en una caña, todo el mundo dirá al verlos: «Murcia.»
Ellos son más conocidos que las siete coronas de su
escudo.
SE LA LLEVARON.
Eran las siete, acababa de salir el sol radiante y hermoso;
la torre de la Catedral daba al aire sus cien lenguas, el pueblo apiñado
llenaba la plaza de Palacio, el Puente y la calle de la Alameda; las muchachas corrían
alegres con la cabeza llena de flores como si hubiesen dormido con ellas; las
tartanas y los ómnibus, con la libertad omnímoda que los caracteriza;
atropellaban a la gente; había fervor, alegría, entusiasmo; delante iba el
estandarte, detrás multitud de piadosas mujeres de todas las clases, unas
descalzas, otras alegres, otras risueñas, otras vergonzosas, y todas con sus
cirios de blanca cera, casi tan blanca como la rosada mano que lo oprimía, y
detrás de todos la imagen alegre, hermosa, rica y agraciada de la Virgen de la
Fuensanta.
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