miércoles, 31 de agosto de 2011

XXXII CERTAMEN REGIONAL DE PARRANDAS

PROGRAMA CONMEMORATIVO DE LA FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS, PATRONA DE LA PEÑA HUERTANA "LA CRILLA", Y XXXII CERTAMEN REGIONAL DE PARRANDAS







ESPERAMOS VUESTRA ASISTENCIA, UN CORDIAL SALUDO, A SIMPATIZANTES Y ASISTENTES

martes, 30 de agosto de 2011

NUESTRAS FIESTAS EN MARZO DE 1859

Hoja de prensa restaurada digitalmente en un 90%,

Núm. 317                               19 DE MARZO DE 1859                           AÑO II
LA PAZ

PERIÓDICO DE NOTICIAS, AVISOS Y DE FOMENTO DE LA PROVINCIA DE MURCIA

CARNAVAL

Tras una gran borrasca viene la calma: tras la alegría el llanto. Si, marcia­nos, lloremos a moco tendido, lloremos a la que tantos ratos sabrosos nos ha proporcionado, a aquella a quien si Noé hu­biera conocido, para darle homenaje hubiera cultivado la vid aun dentro del arca; a la que el mismo dios Baco rinde vasallaje; a aquella cuya esqueleto, olor ó nombre tienen el mágico, poder de desocupar una bodega; lloremos, en fin reinos a la Sardina.
¿Quién nos había de decir tres días antes, cuando se hallaba esta Señora tan fresca y tan lozana, y cuando todos, presididos por el príncipe Cabriolas, nos apresurábamos a festejarla que su vida amenazaba peligro? Esto parece un sue­ño, mas no, no son sueños los recuer­dos que ha dejado en nuestros estóma­gos y en nuestros corazones, ¡No conocíamos que las dulces aguas del Segura habían precisamente de acortar la vida de alta salada Señora! Poca previsión he tenido, pues de lo contrario fácil­mente hubiéramos traído a esta (con el beneplácito de Neptuno) el ruar Negro aunque se hubiese quedado en seco Se­bastopol.
En tan sensible pérdida no nos resta más que el consuelo de hacerle saber a su digna heredera, que se halla bajo la tutela de Tetis y Neptuno, los festejos que se hicieron a su Mamaíta en su triunfante entrada en esta ciudad, así como los auxi­lios que se la prodigaron en su enfer­medad, y las lágrimas, gritos, oyes, que­jidos y pucheros que causó cuando corra el aparato digno de tan heroica dama fue conducida a su última morada
La gente de la huerta estaba apostada al rededor de esta ciudad para que no se les escapase, entrara por donde quisie­ra; y al fin vino a desembarcar el domingo a las diez de la mañana a la plaza de San Agustín, desde donde fue acompa­ñada a su alojamiento, que lo fue el pa­lacio del Casino, en la forma siguiente:
Rompía la marcha la banda del señor Córdoba disfrazada de huertanos, a la que seguía una mascarada a caballo, en la que figuraban varías basureros y otros caprichos.
Tras esta iba una muy ataviada carreta tirada por gente de cuatro orejas, en la que se publicaba la fausta nueva de la llegada de tan noble Señora.
Después iba la música del señor Mirete con igual disfraz que la anterior a la que seguía otra carretela tirarla por cuer……


tes que había en los a balcones, a          que flores y versos.
Detrás otra carroza tirada también por una misma familia remendando un bodegón.
Le seguía inmediatamente otra berlina ti­rada por.... (Dios nos libre) en la que un baile de boda.
A este segura un magnifico carro ti­rado por mulas figurando un huerto con frutales, y bajo un naranjo una sartén monstruosa llena de sémola, al rededor de la cual iban comiendo varios, y col­gada en las ramas del referido naranjo la madre de todas las jarras de cabida de unos tres cántaros de agua. Por últi­mo cerraba la marcha una comparsa de huertanos en burros.
A la vez salió del Casino una comisión figurando un ayuntamiento ridículamente disfrazado con trajes antiquísimos; los sombreros de copa tenían dos dedos de ala y una vara de altos, las fal­dillas de los fraques concluían en punta aguda en los talones, calzan corto, chalecos bordados a la antigua, media y za­pato con hebilla; al cuello llevaban unos pañuelos-tohallas y unos cuellos en las camisas cuyas agudísimas puntas concluía en los ojos. Iba precedido por la banda militar del señor Esbrí, y digiriéndose por la calle de la Platería fue a la plaza de Sta. Catalina a recibir a la mas­carada anterior, desde donde reunidas se dirigieron ambas al Casino. Allí teman preparado un magnifico y elegante re­fresco compuesto de lechugas, habas, y otras delicadezas por el estilo. Conclui­do el refresco volvió el referido ayunta­miento a despedir a la mascarada hasta el punto donde la recibió, volviendo ca­da cual al punto de partida.
A poco de haberse alojado la memo­rable dama, empezó a sentir cierto mal estar ya producido por la abundancia de perfumes, ya por el cansancio ocasionado por la recepción de tantas visitas, ó ya, en fin (y esto es lo más probable) por no probarle las aguas del Segura. Pasó la noche del domingo muy intranquila y amaneció muy mala. Inmediatamente se mandó venir del mar Cantábrico al mé­dico Caramel, del Jonico al doctor Sar­go, y del Mediterráneo al licenciado Chirrete, y después de varias consultas, hacerles sacar a la enferma mil veces la len­gua, y pulsarla cuatro mil, acordaron una sangría. La efectuó el maestro Tiburón y se le quedó entre las manos. ¡¡¡Fatal sangría!!! Sangría que nos arrebató a la más cara, la mas  pero a qué entristeceros más? Bastante habéis jeme cado.
En el acto se determinó publicar tan infausta noticia, y al efecto el lunes sa­lió a las once de su mañana del palacio mortuorio un bando en el que rompía la marcha la banda del señor Esbrí, y después el secretario y pregonero a caballo escoltados por un escuadran de Mayares y otro de Suizos, cerrando la comitiva otra banda de música, y tanto esta como la anterior vestían traje de marineros.
Desde este momento se pintó la tristeza en el rostro de todos los murcianos, excepto en el de algunos miles que para desechar el intenso dolor que la muerte de la finada causaba en sus vientres, procuraban hacer ejercicio loqueando por estas calles sin interrupción hasta el momento en que el martes fueron a conducirle los restos de nuestra Heroína a la última morada. Entonces fue cuando todos vinieron a conocer lo que valía la pérdida que experimentaban y se agolparon en tropel al palacio de la finada a tomar cirios para acompañar el fúnebre cortejo. Las casas de las calles que este había de recorrer se iluminaron como por encanto y al fin salieron a las siete de la noche. Miles de luces en dos disiparon las tinieblas y dejaron ver:
Los franqueado res precediendo a un estandarte blanco, emblema de la inocencia de la finada, conducido por un guerrero a caballo, cuyo bruto tenia los cascos al parecer sobre dorados, porque de oro tal vez no serían.
Seguían cuatro gigantes representando a Europa, Asia, África y América.
Después se dejaba ver un magnífico carro adornado de pámpanos que conducía al dios Baco, que sobre un tonel iba haciendo de las suyas.
Tras este seguía la falúa de sanidad sobre las olas de un mar embravecido; en ella iban unos veinte marinos, capitán del puerto y médico.
Detrás marchaba otro carro de capricho.
Seguíale otro figurando un teatro, en el que con la música de un violín y un redoblante iban parodiando la última escena de la ópera El Trovador.
A este seguía, otro representando la Aurora.
Después venia otro con la alegoría del Destino movimiento, alegría y vida por delante, y la muerte con su guadaña en una gruta a la espalda.
Seguía a este tirado por dos pares de bueyes, guano se velan un magnífico ber­gantín con muchos marinos pescado sardina; eran sus dimensiones tan colosales que por la estrechura de algunas calles tuvieron que arriar el velamen para poder seguir.
En seguida marchaba el escuadran de caballería de Magyares.
Detrás, tirado por cuatro magnificas caballos negros sus correspondientes penachos venia el hermoso carro de Vul­cano, el que con su fragua mágica y luces de colores, pólvora y demás entu­siasmaba a los espectadores; mies de cartuchos de dulces y ramilletes de flores naturales, salían de entre las llamas a parar en los balcones coronados de hermosas jóvenes. Otra banda de música con traje de marineros iba inmediatamente detrás tocando escogidas piezas, al compás de las cuales sonaban los martillos sobre el yunque de la fragua de Vulcano
Marchaba en seguida la caballería de suizos, y tras esta la comparsa de pajes y enanos, mandada esta por el enano de mando de Rejón, que iba sobre un borrico, llevando un morrión de gastador y una descomunal espada.
A estas seguían los gastadores armados de formidables útiles como cucharas, trinchantes, parrillas, etc.
Detrás de estos seguía otro estandarte encarnado en el cual se manifestaba ser presente el octavo aniversario que por la excelsa y sabrosa Señora se tenia el disgusto de celebrar.
Necesario es, que aquí hagamos una Pausa y nos preparemos a recibir el más bello ideal que darse puede. Tirado por ocho caballos cuya blancura envidia hasta la misma nieve, enjaezados con hornachos y arreos encarnados con sus correspondientes palafreneros, puestos de calzan corto blanco, bota de montar, casaca encarnada y sombrero de tres picos guarnecidos de blanco, e igualmente el postillón y tronquistas, avanza majestuoso el carro que conduce el cuerpo de la inolvidable finada.
Desde el pescante, ó mejor dicha, los del trono que ocupan los intrépidos e inteligentes tronquistas, principia a mecerle tranquilamente el ancho mar, anal que se retratan cuantos objetos contribuyen a solemnizar el entierro de su muy querida hija; de sus aguas nacen escarpadas rotas, por entre las que se ven nadando varios delfines de tamaño natural, en la cumbre de la más elevada se verá la diosa Tetis con una posición tan perfectamente estudiada que completa, la ilusión
Tras este, y tirado por buenos briosos caballos con sus penachos, marchaba una carrete de respeto, conduciendo a cuatro individuos del Casino con traje de rigorosa ceremonia.
Seguía otra banda de música en igual traje que la anterior, cerrando por último la fúnebre mascarada una grandiosa y lucida escolta de caballería.
La celebridad que cada año obtiene esta mascarada hace que nuestra capital se vea en estos días casi ó más concurrida que en los días de feria, tanto que el tercer día vimos a las tres de la tarde, foras­teros que no encontraban donde alojase y aun después, llegaron las diligencias llenas. Con todo, a pesar de este bullicio, no ha llegado a nuestra noticia, haya habido desgracia alguna en los tres días de algazara,
También los bailes se han hallado concurridísimos, especialmente el del Casino del tercer día, para el cual no bastaba ni aun con el patio que al efecto se habilitó.
Concluimos dando nuestro parabién a las personas que, ya tomando parte, ya dirigiendo, han llevado a cabo estas mascaradas por el buen éxito que han obtenido todas, quedando por ello sumamente complacidos paisanos y forasteros.

sábado, 27 de agosto de 2011

NUESTRAS FIESTAS DE ABRIL EN 1858


SI ALGO SABEMOS DE NUESTRAS FIESTAS CAPITALINAS, MUCHO MÁS IGNORAMOS.
LOS DOS PRIMCIPALES FESTEJOS DE NUESTRA CAPITAL, NACIERON JUNTOS Y EN BUENA ARMONIA, YA QUE LOS MISMOS ERAN UNO SOLO, CON LA DURACIÓN DE TRES DIAS.
Y TAMBIEN EN AQUELLAS FECHAS, LOS FORASTEROS QUE ACUDÍAN A LAS MISMAS, ENCONTRABAN DIFICULTADES DE ALOJAMIENTO.
SEA ESTA UNA RESEÑA, QUE SERÁ AMPLIADA


Núm. 15.                                                        DOMINGO 7 DE Marzo DE 1858
LA PAZ
PERIÓDICO DE NOTICIAS, AVISOS Y DE FOMENTO DE LA PROVINCIA DE MURCIA


CRITICA LITERARIA

Al hacer el juicio crítico del poema joco-serio que con el título de El Carna­val de Murcia en 1854 ha escrito el se­ñor don Miguel Rubio Arróniz, no es la cordial amistad que a él me une la que gula mi humilde pluma. Durante la confección de estos mal trazados renglones, he prescindido de mis afecciones hacía el autor; he considerado como anónimo el poema, para que si mi corazón recha­za la severidad de mi conducta, mi conciencia me absuelva. Si al pronunciar, mi fallo, que de inapelable nada tiene, solo encuentro motivos de encomió, no buscaré defectos para hacer gala de una indulgencia que en mí supondría ridícu­las pretensiones.
En las seis primeras octavas que sir­ven de introducción al poema, pide al genio la inspiración en fluidos y armo­niosos versos.
Dividido el poema en siete cantos, y con notable variedad métrica cuya cir­cunstancia halaga mas el gusto de los que sin perder de vista la esencia jamás olvidan las formas que tanto influyen en la poesía, entra el señor Rubio Arróniz en el canto primero discurriendo acerca del origen del Carnaval que por desgra­cia se pierde en la espesa bruma de las edades. Después de manifestarnos el re­sultado de sus investigaciones, prueba que la sociedad es un perpetuo carna­val en la bellísima estrofa siguiente:
«Es el Mundo, a mi ver, un carnaval, En artes raros de engañar fecundo, Donde es lo cierto a la mentira igual, Y en la experiencia para tal me fundo: Todo el mundo engañando a cada cual, Y cada cual por engañar al mundo, La rueda marcha, el torbellino gira, Y todo es farsa vanidad, mentira»
El último verso por la amarga ver­dad que encierra me trae a la memoria el sagrado testo:
Vanitas vanitatum el omnia vanilas.
Elevándose a la altura de la filosofía nos hace ver el autor la mortífera lucha en que con nosotros mismos constante­mente nos hallamos, y la necesidad de aspirar en el vertiginoso ambiente de esa época que precede a otra altamente as­cética, los elementos que de embriaguez y de locura encierra, abriendo así un li­gero paréntesis de placer en el largo tes­to de nuestras penalidades y miserias.
En el canto segundo nos muestra con tan excelente colorido el aspecto de la población entregada a las locuras del carnaval, que aun parece resonar en mis oídos la atiplada voz de las máscaras con la inmensa variedad de sus elegantes ó haraposos trajes, retratándose en mi imaginación, ora al fatuo señorón de feuda­les recuerdos cubierto de rica seda, ora la risible figura del que improvisa un dis­fraz con los mas groseros objetos que encuentra a la mano; ya el apuesto mancebo que viste el airoso ropaje de la bé­tica tierra, ya la misteriosa beata con su austera cubierta, ya por fin la airosa gi­tana ó la seductora maja cuyas sedicio­sas formas provocan al más duro guarda-cantón de una esquina.
Después que hace la descripción que dejo indicada, inserta el bando que se publicó escrito en el dialecto de esta huerta y cuyo documento copiaría con gusto por su graciosa originalidad, sino fuera bastante conocido.
El canto tercero viene a ser, por su analogía, una continuación del anterior:
En el canto cuarto que se refiere al Se­gundo día de carnaval por la tarde, después de trazarnos en muy buenos versos las diversas escenas que tienen lugar con sus Amenos incidentes y extrañas peripe­cias, hace un interesante diálogo entre un mozo y una moza de la liberta, que por lo verosímil y por su castiza y ca­racterística dicción, merece leerse repetidas veces.
El señor Rubio Arróniz ocupase en el canto quinto, del bando que publicó el Casino en la mañana del tercer día para el entierro de la Sardina; describiéndonos los diversos personajes de su vistosa comitiva; haciendo especial mención del Ciudadano que fue objeto de la hilaridad de todos por su grotesco continente.
El canto sesto lo consagra exclusivamente a la tarde del citado día tercero, pero casi con abstracción completa de cuanto se refiere a las máscaras, sin an­da por qué no hubiera hecho, sino re­petir con ligeros variantes, las escenas de la tarde anterior, en lo cual debemos decir que ha estado sumamente atinado y reflexivo. En su lugar hace a grandes rasgos, en fáciles y armoniosas redon­dillas, el examen filosófico de nuestras pasiones, haciéndonos ver la marcha paralela que con nosotros siguen el placer y el dolor.
Torpemente embriagada nuestra alma con las vanas ilusiones que le propor­cionan las mentidas delicias del carna­val, para lo cual hace por rechazar cuanto la abruma, dice el Sr: Rubio Arróniz con mucha exactitud:

«El mal y el dolor olvida: sólo el placer va a buscar, pues cree que solo a gozar está llamada la vida».

De la brillante mascarada conocida con el nombre de entierro de la Sardina, es objeto el séptimo y último canto a cuyo análisis renuncio por temor de confundir sus bellas tintas. Déjole por tanto in in­tegrum y recomiendo su lectura, porque así y solo así, puede formarse la idea del fantástico y sorprendente cuadro que con minuciosa exactitud describe.
He examinado el poema a pesar de mi insuficiencia. Con la imparcialidad que me es propia, debo decir que su lectura ha excedido a mis fundadas esperanzas. En su género y con arreglo al asunto de que se ocupa, es digno hasta del más exigente censor. El señor Rubio Arró­niz ha hecho una excelente mistura tris­ti-alegre ó joco-seria, ó lo que es lo mis­mo, ha sacado un gran partido moral del carnaval deduciendo con rigorosa ló­gica de las apariencias del hombre con antifaz, la realidad del hombre al des­cubierto; ha satisfecho cumplidamente el precepto de Horacio:

«Aut prodesse, volunt; aul delectare Poelce, Aul simul et jucunda et idonea dicere vital»

El poema no necesita, empero, de mi humilde recomendación; el poema se re­comienda asimismo. Cuanto yo he dicho y más que hubiera podido decir en su elogio, no es sino el resultado de las gratas impresiones que hayan hecho en mi ánimo las bellezas de que abunda, y es­to contando con las que necesariamente habrán pasado desapercibidas ante la po­breza de mi imaginación.
                                                                                 D. Espinosa.


jueves, 25 de agosto de 2011

CA PRESONA PA SU ESE




PERSONAJES.               ACTORES.
La tía Luisa, de 50 años.       Sra. Cecilio.
Fuensanta, de 26. .                  »    Brú.
El tío José, de 50. .                 Sr. López, P.
El tío Pedro, de 60. ,               »   López, A.
Manuel, de 19. . .                     »   Turpin.
Luis, de 26.. . . .                       »   Carrasco.

La escena en la huerta de Murcia en una tarde del verano de 1886.

Decoración de huerta, á la derecha del actor y en segundo término, la puerta de la barraca casa de José. En medio de la escena y junto á la puerta de la casa, un árbol de grandes dimensiones.
ESCENA PRIMERA
Al levantarse el telón aparecen al pié del árbol sentados en sillas, José, Luisa y Fuensanta. El tío Pedro en cuclillas, Manuel tendido boca abajo, en el suelo y sosteniéndose la barba con ambas manos. José leo en alta voz, no muy bien. Luisa y Fuensanta, cosen ropa blanca y escuchan la lectura, lo mismo que Pedro y Manuel.
JOSÉ. (Leyendo.) Yo á nada tengo pavor,
tú eres el más ofendido,
mas si quieres, te convido
á cenar, Comendador.
Que no lo puedas hacer
creo, y es lo que me pesa,
mas por mi parte, en la mesa,
te haré un cubierto poner.
Y á fe que favor me harás,
pues podré saber de tí,
si hay más mundo que el de aquí,
y otra vida, en que jamás,
á decir verdad creí.
Centellas. D. Juan eso no es valor,
locura, delirio es.
D. Juan. Como lo juzguéis mejor,
yo cumplo así. Vamos, pues.
Lo dicho, Comendador.
(Deja de leer.) Fin del acto quinto.
MANUEL   (entusiasmado)     Bien!
JOSÉ        A la noche leeré el sesto
y mañana, si Dios quiero,
posi.. lo arremataremos.
MANUEL. Recontra y qué corazón!
 como convía a los muertos
 a cenar. Eso es ser hombre.
 Leiga V. otra vez eso.
LUISA.      No, José. No leyas más,
que de sentirte aboa mesmo,
tengo una ambustia y un ese
que me corre por to el cuerpo, 
y me dan vatíos las sienes,



PEDRO.                      Pos en letura no es ná,
               dista allegarme a los sesos.
          como le daría á V. mieo,
es si viera V. á D. Juan
Tinorio, de carne y hueso,
en meta de un camposanto
platicando con los muertos.
LUISA.    Jesús, María y José. (santiguándose)
MANUEL. Es que lo ha visto V., Pedro?
JOSÉ.      Y yo. Y cuasiquier presona
              caido al Treato que lo han puesto.
PEDRO.  Cá vez que lo echan en Murcia
está de gente inda el techo     el Treato.
LUISA.      Pos es busto.
MANUEL,  Paere, yo voy á ir á vello
la primer noche que lo echen.
JOSÉ.     Vais tú y Pedro al gallinero
              y por dos reales lo veis.
              A Juensanta no la miento
              porque ande Luisa no vá
              no pue ir ella.
FURNSANTA.        Yo ma legro
              de no ir á esas cosas.
              Cuando hay pastores, ú juegos,
              si me llevan, boy á busto.
              Pero á ver hombres preversos,
              que le pegan á su paere,
              y dimpues matan al suegro
              porque ripriende una falta,
              no es mi busto el ir á vello.
PEDRO.  Ca presona pa su ese;
              Tinorio era un hombre de esos.
              Dios que lo haiga perdonao.
LUISA.         Perdonallo Dios? Me pienso
          que ese y los que son como ese
              irán con Pedro Botero.
JOSÉ.       Pos amen de ser tan malo,
tiene un remate mu güeno,
              porque D.ª Inés lo salva,
              de que caya en el infierno.
LUISA.    Es que ese hombre jué á la Gloria?
si lo juras no lo creo.
JOSÉ.     Pero ascúchame, mujer.
No dicia aquel misionero
que pedricaba en Jesús,
que dista lo que es veneno
se agüerve miel si Dios quiere           
á tocallo con sus deos.
Y pa proballo, añadía:
San Pablo, jué á lo primero
un hombre que no creiba
ni una palabra del Creo
y Dios le atacó en su arma
y es Santo y está en el cielo.
Pos hija, á D. Juan Tinorio
le puo pasar lo mesmo.
¿Y en lo que abora platico
digo bien ó mal, tío Pedro?
PEDRO.  Pa mí dista bora dices
la verdá de un avaugelio.
LUISA.    Pos pa mí, D. Juan Tinorio
está en los puros infiernos.
MANUEL. Y cudiao que era valiente.
Ahora ya no tenemos
en el mundo presonajes
de ese arbullo y de ese genio.
PEDRO.     No es que arrebajo tu dicho
          pero no pienso lo mesmo.
          Yo me feguro que hoy dia,
          hay hombres, que harian güeno
          á D. Juan Tinorio.
MANUEL.         Ca.
          No hay denguno.
PEDRO.  No ha de habellos!
Lo que es que abora no puén.
MANUEL.    ¿Por qué?
PEDRO.    Por ser otros tiempos.
Si abora D. Juan Tinorio
viviera, y en un convento
de monjas llegara á entrar
con cuasiquier pensamiento;
ú robara á algun vecino
válida solo de un perro,
ú á la autoridá fartara;
si se dijiera á uno ha muerto,
antes de cinco menutos
tenía zaga ó su cuerpo
media ocena de ceviles
y cátatelo ya preso.
MANUEL.    Los mataría tamien,
pos si á naide tenía mieo.
PEDRO.  Que mataría á los ceviles:
me reigo. (Sonriéndose.)
JOSÉ.     Dices bien, Pedro,
              al hombre de mas entrañas,
se le pone un cevil sério
por elante, y ya lo tienes
lo mesmiquio que un borrego.
PEDRO.    Un cevil contra paisanos
se atreve aunque sea con ciento.
JOSÉ.     Yo digo que los ceviles
son como el tren; en saliendo,
quien quiera atajalle el paso
que se cuente con los muertos.
PEDRO.    Vamos, pa saber la juerza
que manda un cevil, ma cuerdo
que en las últimas corrías
de toros, aún mesmo tiempo,
nus queríbamos meter
en la plaza unos seiscientos.
Los unos arrempujaban,
otros decían: «Caballeros!
que se ahoga aquí una zagala
y yo ya estoy medio muerto.»
Este grita, aquel maldice,
el uno pierde el sombrero,
el otro los apargates,
y queriendo ir tos pa dentro,
ni naide tenía pacencia,
ni naide cedía su puesto.
Pos con tuiquio aquel trimulto,
que era á moa de un infierno,
vienen dos guardias ceviles
y sin dengun cumplimiento
dicen: «Juera! Juera! Juera!
y el que arrempuje vá preso.»
Igual al rico que al probe
le riñian, y nus hicieron
ocho ú diez varas azaga,
pero cómo en un memento.
Y allí, entre tantos, habría
hombres que tendrían su genio
y nenguno dijo Pío                      
ni llo paso, ni no quiero.
MANUEL.    Si allí juera estao D. Juan...
PEDRO.      Juera obedecío el primero
ú á la Casa de la Parra
va amarrao; es dicir, preso.
JOSÉ      Tanimientras que gusotros
platicais mu por lo serio
de cosas que por sabías
á cualsiquiera dan sueño,
yo asina por lo bajiquio,
¡carape! me estoy rillendo
de lo pasmao que está Céuti
durante tó el arto sesto,
que es cuando el Comendaor
va á cenar estando muerto.
MANUEL.    Recontra: ¿es que jué el defunto
á cenar?
JOSÉ.         ¿Si jué? El mesmo.
Es dicir, la mesma estauta
que era un retrato prefeto.
MANUEL.    Y lo recibió D. Juan?
JOSÉ.         Con más hígaos que un cherro;
y por custion de palabras,
D. Juan Tinorio ya ciego,
echó mano á una pistola.
MANUEL.    ¿Pa qué?
JOSÉ.         Pa matar al muerto.
LUISA.        Y qué pasó? (asustada)
JOSÉ.         Que la estauta
tomó taibiques adentro
y atravesando paeres,
se jué, sin ná de abujeros.
LUISA.    Sería custion de henchizos.
JOSÉ.     No lo sé, pero lo cierto
es, que yo paso un güen rato
toas las veces que lo leigo.
PEDRO.      Tú como sabes leer

antretienes bien el tiempo
dándole busto á los ojos.
JOSÉ.     A los ojos! Y á tó er cuerpo!
Cuando yo leigo una cosa
              y me busta, pos si siento
un gozo, que me se estiende
dinda los piés á los sesos.
PEDRO.      Tuiquio el que sabe de lletras
tiene un antretenimiento
que pa como está hoy er mundo,
pue selle de gran provecho.
Yo fí tres años á escuela,
y cuando iba conociendo
las lletras, pensó mi paere
inclinarme a basurero:
y aquí me tienes, que de
hortalizas, medio medio,
pero de leer y escribir,
pos si me estorba lo negro.
JOSÉ.     Mala acción jué, y que perdone
tu paere que está en el cielo,
quitarte de que aprendieras
la letura. Lo primero
que debe aprender un hombre
es rezar y leer: y luego,
enclinarse aquella cosa
que puea dalle el sustento.
Mardita sea la letura,
los libros y los maestros,
que la perdicion de Luis
de hay dimana.
JOSÉ.         Por supueltgo,
cudiao que eres atascá
más que el barro.
LUISA.    No ampecemos
que sabes que toa presona,
(quito tú y el amo nuestro)
que saben lo que ha pasao,
han dicho, que el fundamento
de que Luis sea un hijo malo,
es el estudio que ha hecho.
JOSÉ.     Ya se arrematao la paz.
(Todos si levantan, Fuensanta trata de entrar
en la casa, pero se detiene en, la puerta.)
MANUAL.    Juensanta, aspera un memento.
LUISA.        Esta en sentir hablar de él...
FUENSANTA   Tía, me voy á otro puesto.
Yo que solo soy su prima...
MANUEL     Y novia... (burlándose)
FUENSANTA                Hablo en parentesco.
no me hace gracia denguna
              que se tire por el suelo
              á un hombre que to a su farta
              es que sabe él más durmiendo
              que...
LUISA.    De bastante le sirve.
FUENSANTA    Tía, no diga osté eso;
que me se alegra inda el alma
de acordarme cuando jueron
tos los hombres del partío
á Murcia pa hablar del riego
de gracia, y solmente él
le habló al alcarde primero
con una gracia y un ese...
que en el mesmo Ayuntamiento,
cuando ya se despedía
lo abrazaron los porteros.
JOSÉ.         Y añide que á los tres días
vino el agua.
FUENSANTA         Yo ma cuerdo
que dician tos: por Luis
salta el agua en los quijeros.
PEDRO.           Lo que la muchacha ice
no hay que negallo, que es cierto;
«Ca presona pa su ese.»
Pa platicar, Luis, es güeno.
FUENSANTA         Por esas y otras razones
que mu presentes las tengo,
tía, ya lo sabe osté ,
otro no coje en mi pecho.
(Fuensanta entra sin esperar la contestación de Luisa).

ESCENA II
José, Pedro, Manuel y Luisa

LUISA.        Pos espéralo asentao,
ú de pies, que yo me pienso,
que pa estar de las dos moas,
te dará el muchacho tiempo,
¡ay! tan güeno como era
de zagaliquio, y los maestros...
lo han prevertío
JOSÉ.          Recontra,
no magas ponerme serio.
LUISA.        Pero José, ¿no ta cuerdas,
que el zagal, á lo primero
solo leía el Catecismo
y en aquel libriquio viejo,
que mentaba en toas las hojas
la oración, sus cumplimientos,
el nombre, los articúlos,
y lo prencipal, el verbo?
Y en cuanto jué al Estituto,
y trujo aquel libro nuevo,
que dicía, que la tierra
deste mundo, era lo mesmo
que una naranja, y roaba,
y que el sol se estaba quieto,
¿No ta cuerdas que inde entonces
emprencipió á no ser güeno?
JOSÉ.              Y á me paece que entonces
comenzó
á marchar erecho.
LUISA.    Jesús qué hombre! Qué hombre!
Se nesecita estar ciego. (Se entra en la casa.)

ESCENA. III
José, Pedro y Manuel
JOSÉ.     Ya las sentío, compaere;
porque como ella no pienso,
tos los días diariamente
sus palabriquias tenemos.
MANUEL.    Recontra con las quimeras.
JOSÉ.       ¿Qué estás hablando?
MANUEL.         Que siento.
que osté y la maere, se enfaen
tos los dias por lo mesmo.
Y dice osté que me enseñe!
No estará bien, que malegro
el no conocer las lletras,
y si me matan no apriendo.
JOSÉ.              Cuando cumplistes diez años
dije: este es burro; y acierto.
MANUEL.         Yo seré lo que usté quiera
por no hacer la contra. Pero...
JOSÉ.              Anda, veste pa el panizo,
y del que quea más tierno,
siega pa los alimales
y ponte á cuidiar de ellos;
que pa vivir en la cuadra
sabes ya bastante.
MANUEL.         (Yéndose por el foro.) Güeno.


ESCENA. IV

José y Pedro

JOSÉ.     Se paecen los dos hermanos
como el verano al invierno.
Mi Luis á más, dia por dia;
este cá memento á menos.
Ambunas veces me dan
compaere, unos pensamientos...
PEDRO.           Afíjate en esta mano: (su derecha)
arrepara en estos deos,
y dime por qué estos cuatro,
son más juertes que el pequeño.
Tuiquios nacen á la vez,
tuiquios tienen igual maestro,
y éste, trebaja y señala (por el índice.)
doble que sus compañeros.
Pos porque no son iguales,
estará bien que alleguemos
ca un cerujano de fama
á decille: «Corte osté estos»,
cuando cá uno pa su ese
los tiene siempre dispuestos?
JOSÉ.     Lo que platicas abora
es verdad; pero yo siento
como paere, que no vargan
los dos hermanos lo mesmo.
PEDRO.                       Compaere; muchímas veces
he sentío yo á hombres güenos
platicar de tu Luis,
y le ven un fin mu feo.
JOSÉ.         ¿Y por qué motigo?
PEDRO.      (maliciosamente)      Toma...
JOSÉ.         Dímelo.
PEDEO       Vás á sabello.
Hace que se jué de quinto...
JOSÉ.         Seis años ya los ha hecho.
PERO.          Y hace cuatro que los mozos
de su quinta se gorvieron
con la licencia á su casa.
Y tu hijo, ni un memento
ha venío, pa saber
si seis vivos, si seis muertos.
JOSÉ.                          Pero escribe ambunas cartas,
y yo tamien le contesto.
PEDRO.      Y no te dá en qué pensar,
que haiga dicho, que primero
va á presillo, que golver
á criar sea y pimientos.
JOSÉ.         Y si él gana la comía,
porque la gana, escribiendo
ca un abogao de Madril
que tié muchísmos pleitos,
y de noche pinta casas
ca un señor que es ingeniero,
y platica en los cafés
de las cosas del Gobierno,
Qué farta le 'hace el vinirse,
á hacerse piazos el cuerpo
al subirse á una morera
ó segar un sementero.
¿Pos por qué en el Estituto
me gasté lo que no tengo,
y pa qué al desaminarse
ganó en tres veces tres premios?
PEDRO.           Pa que ahora, esté en Madril
y á tí no te dé provecho.
JOSÉ.         Ni tú ni dengun nacío,
ha llegao á ver el misterio
de por qué Luis no está en Murcia
hace tres años lo menos,
colocao ca un Escribano
ú en las casas del comercio.
Pero ya que me arriprietas,
te diré lo que yo pienso,
que yo tamien munchas veces
he cavilao con lo mesmo.
El á Juensanta le dió
palabra de casamiento;
y como es tan hombre, si él
ha pensao otra cosa lluego,
habrá icho, con no ir,
ella se irá convenciendo,
y aunque la mienta en las cartas
yo tengo ese regomello.
PEDRO.    Y á ella tú que le aconsejas?
JOSE.       Pa platicar solo de esto
vámonos áhí ar camino:
porque la verdad, no quiero
que la zagala se entere,
y causalle un sentimiento.
                   Ella, prima y sin ser prima,
lo quiere dista los güesos.
Vámonos que pa quí vienen
(Salen de la casa Fuensanta y Luisa)
mi mujer y ella. Gorvemos
de siguía, pon la mesa
que el sol ya se está puniendo,
y sabes que no me basta
cenar mu de noche,
LUISA,        Güeno.
(Se van de la escena por el foro Pedro y José)

ESCENA  V
Fuensanta y Luisa

LUISA.             ¿Has partío la escarola?
FUENSANTA    Y tambien tiene el agrezo.
¿Pongo la mesa?
LUISA.             No: aspera
á que güervan, porque temo,
que pase lo que otras veces.
FUENSANTA    Pues si se han parao allí mesmo
LUISA.       Sin arremover un pié
son capaces él y Pedro,
de estarse dista las doce.
FUENsANTA     Entonces, tia, me asiento. (se sienta)
LUISA.       Y yo tamien. ¿Has sintío
dicir si ha tenío arreglo,
la boa de la hija del
tio Sebastian Pacheco?
FUENSANTA    Y tanto como ha tenío:
segun antealler digeron
se casan á la carrera.
LUISA.         De verdá? Hija malegro
de que al fin á esos zagales,
se les cumplan sus deseos.
¿Y tú?
FUENSANTA    Tía, qué quimera.
¿No sabe V. lo que pienso?
Como Luis no mande carta
en que diga: Me arrepiento
de la palabra que dí,
yo por mi parte lo aspero.
LUISA.    (apagado.)                  Estamos bien, á Dios gracias.
(A Fuemanla) Yo te daría un consejo,
si supiera que al sintillo,
no ibas á pensar, que quiero
contrariar tus intenciones.
FUEN SANTA   Si va inclinao como pienso
á decirme que lo orvie,
pierde V. el hablar y el tiempo.
LUISA.        Pos sa rematao el asunto.
Saca la mesa.
FUENSANTA (entrando en la casa) Aboa mesmo.

ESCENA VI
Luisa (incomodada)

¡Ay hermana de mi arma,
si estás gozando en el cielo,
no dirás que tu Juensanta
no hace su gusto completo!
cudiao que pica en historia,
no tiene conocimiento
pa ver que hace siete años
que la estamos mantubiendo,
y que er mundo está mu malo
y que mi casa vá, á menos.
Y lo que á mí más me apura
es que tiene ya en el cuerpo
veinte y seis años y que
dista fea se vá gorviendo;
y en tener dos años más,
no la querrán ¡ni los perros!
¡Ay qué sobrina, qué hijo,
qué marío, y qué infierno!

ESCENA VIL
Luisa y Fuensanta

(Fuensanta saca una mesa pequeña y encima de ella el mantel doblado, platos, pan, cuchillo, etc.)

FUENSANTA         La mesa.
LUISA.                  Tiende el mantel.
Pon los platos en su puesto,
y menéate que vienen.
La cena.
FUENSANTA.      Ya voy corriendo. (Entrando en la casa.)

ESCENA. VIII
Luisa, José y Pedro

JOSE.            Sabes que hay un conviao?
LUISA.           Un convíao, ¿quién es?
JOSE.            Pedro.
PEDRO.         Sampeña en que us acompañe...
LUISA.           Tomates fritos con güevos
hay pa cenar.        
PEDRO.         Pos me bustan.
JOSÉ.                                   Llama á Manuel. (A Luisa.)
(Manuel aparece por el fondo con un haz de yerba, Fuensanta por la puerta de la casa con una fuente que contiene la cena.)


ESCENA IX
José, Pedro, M anuel, Luisa, Fuensanta

MANUEL.       Yo ya vengo,
que he arrematao la tarea.
FUENSANTA         A cenar, que están mu giienos.
JOSÉ.                          Pos á la mesa.
LUISA.                  A la mesa.
(Todos se sientan ú cenar, José ofrece vino a Pedro.)
JOSÉ.                          Bebe.
PEDRO.                Prencipia.
JOSÉ.                   ¿Y tú?
PEDRO.                Lluego.
(Bebe José, y se deja oir el ruido de los cascabeles de un carruaje.)
MANUEL.       Paere, paere, una tartana,
viene pa quí.
JOSÉ             A naide aspero,
con que cena y no te cudies...
MANUEL.     Sa parao junto al almendro.
JOSÉ.          Mia haber quien es. No me busta
moverme estando comiendo.
(Sale precipitadamente Manuel por el fondo izquierda, los demás siguen cenando sin demostrar interés)
MANUEL.       (dentro.) Paere, paere.
JOSÉ.     (José y todos se levantan)      ¿Qué será?
PEDRO.      Trae ambrazos á un caballero.
LUISA.        A un señorito con barbas.
JOSÉ.         Si es mi Luis! (con placer inmenso)
LUISA.        ¡Mi Luis! (apagao)
FUENSANTA (dando un salto)     ¡El mesmo!

ESCENA ÚLTIMA
José, Pedro, Manuel. Luis, Luisa
y Fuensanta
 Manuel trae en brazos á Luis que viste traje bas­tante decente. Entra corriendo en la escena, todos quieren abrazarle, pero Manuel los va chas­queando, hasta que todos dicen, «Que lo tiras»

LUIS.           ¡Padre! ¡Madre!
JOSÉ Y LUISA.   Hijo del arma.
MANUEL.                 Recontra que no lo suelto.
JOSÉ.                                 Deja que le dé un abrazo.
LUISA.                Deja que le dé cien besos.
LUIS.                Que me tiras.
TODOS.      Que lo tiras.
(Todos rodean á Manuel, y éste deja á Luis en la escena, mientras José y Luisa abrazan y be­san a Luis, Manuel sollozando de alegría, dice)
MANUEL.         Recontra y qué juerza tengo.
(Manuel se retira al último término de la escena)
LUIS.                  Al cabo de los seis años.
                      Otro abrazo.
PEDRO.             Y yo?
LUIS.        (abrazándolo)        Tío Pedro!
Fuensanta, venga esa mano
que yo cumplo lo que ofrezco.
JOSÉ.   (á Luisa) Has sintío esa palabra.
LUIS.        Cuántas veces habrán puesto
en duda el mucho cariño
que les tuve y que les tengo.
¿Mas y mi hermano, qué hace?
¿Dónde está que no le veo?
FUENSANTA       Míralo. (señalando á Manuel)
LUIS.                            Estás llorando!
MANUEL.   Pero no es de sentimiento;
que aunque yo no sé de lletras,
porque has venío, me alegro
más que tuiquia la familia.
LUISA.             Llora de busto.
MANUEL. (abrazando á Luis) Eso mesmo.
LUIS.               Este cariño es el puro,
este sí que es verdadero.
LUISA.                Vamos, dejármelo á mí:
ven hijo, y en un memento
te muarás; en tavía
guardo la faja, el sombrero,
los calzones y alpargates,
que te se quearon nuevos
cuando te fistes de quinto.
Ese farrucon estrecho
te dará mucha calor,
anda, que así estás mu feo.
LUIS.           Madre mía, ese vestido
que con gran placer recuerdo,
hoy por hoy no es para mí,
no soy lo que en otros tiempos,
hoy la sociedad me niega
que con él tape mi cuerpo.
LUISA.             Pos hijo, ¿qué ta pasao?
JOSÉ.            Déjalo que abra su pecho.
LUIS.           Porque no se me tratara
de loco, orgulloso ó necio,
no les he dicho en mis cartas
cual era mi pensamiento.
Mas cuando á Madrid llegamos
trasladados de Toledo,
me dije: Aquí me hago hombre
si me ayuda un poco el cielo.
Y cuando á mis camaradas
y á mí los pases nos dieron,           
yo le dije al coronel:
Este pase no lo acepto,
porque en la corte de España
á quedarme estoy resuelto.
Ya tenía yo en Madrid
amistad con un sujeto
que me daba libros, casa,
y parte del alimento,
por trabajarle á un hermano,
Escribano, casi ciego.
Desde aquel dia, con penas,
con privaciones sin cuento,
y sobre todo, estudiando,
convencí á todos mis maestros
de que era amante al estudio
y á la ciencia que profeso,
y ha seis dias, que he tomado
el título de Arquitecto.
JOSÉ.         Es dicir, que eres...
LUIS.           Un hombre
de carrera, no un labriego;
gracias á que desde niño,
tuvo V. un formal empeño
en que yo en el Instituto,
escuchara á doctos maestros.
JOSÉ.              Pos aquí ties á tu maere
que dicía...
LUISA.        Y yo qué entiendo?
LUIS.           ¿Y Manuel, sabe leer?
JOSÉ.     Que si sabe leer? Ni esto. (mordiéndose la una)
Trebaja, come y se acuesta;
burro, con conocimiento.
MANUEL.       Recontra, que ya me canso
de sintir siempre lo mesmo.
Es que vamos á ser tuiquios
en España caballeros?
Pos si juamos tos ansina,
¿quién sembraría los pimientos?
¿quien dispués de arrecogíos
los llevaría al Cabezo?
¿Quién cuando tuiquias las ciecas,
tienen mi parmo de hielo,
se arremangaría con busto
pa echarle al esquilmo el riego?
nenguno; porque eso lo hace
solmente el que es jornalero.
Y paere, aunque soy un burro,
yo á mi manera compriendo,
que si faltan los jornales
la tierra no dá provecho,
y en faltar lo de la tierra,
por faltar, falta inda el verbo.
Conque yo no igo más;
vamos á cenar.
LUIS.       (abrazándole)       ¡Soberbio!
pensando de esa manera
eres un hombre completo.
PEDRO.    Cá presona pa su ese.
(Al público)     Señor, si lo estoy diciendo.
LUISA.    No habléis más y cuéntame...
LUIS.      De sobremesa, pues veo
que mi llegada ha cortado
la cena.
JOSÉ.       Hijo mio, es cierto:
Vamos á cenar, compaere.
LUIS.        Padre, padre, lo primero
es invitar á quien mira. (Por el público)
JOSÉ.       Hazlo tú.
LUIS.        Yo, ni por pienso:
disponer yo de esa mesa
teniendo V. el ojo abierto;
no señor, V. es el jefe.
JOSÉ.   (Al público)   Ven ostés si tié talento.
¿No estará bien que el arbullo
me sale inda por los pelos,
de ser yo el paere de un hijo
que inda no me lo merejo?
Juera de más platicar:
á cenar tos caballeros,
que porque mi Luis disfrute
me gasto... lo que no tengo.
Escenificado, en la XL SEMANA INTERNACIONAL DE LA HUERTA Y EL MAR, por el cuadro de actores de la Peña Huertana La Menta