SI ALGO SABEMOS DE NUESTRAS FIESTAS CAPITALINAS, MUCHO MÁS IGNORAMOS.
LOS DOS PRIMCIPALES FESTEJOS DE NUESTRA CAPITAL, NACIERON JUNTOS Y EN BUENA ARMONIA, YA QUE LOS MISMOS ERAN UNO SOLO, CON LA DURACIÓN DE TRES DIAS.
Y TAMBIEN EN AQUELLAS FECHAS, LOS FORASTEROS QUE ACUDÍAN A LAS MISMAS, ENCONTRABAN DIFICULTADES DE ALOJAMIENTO.
SEA ESTA UNA RESEÑA, QUE SERÁ AMPLIADA
LA PAZ
PERIÓDICO DE NOTICIAS, AVISOS Y DE FOMENTO DE LA PROVINCIA DE MURCIA
CRITICA LITERARIA
Al hacer el juicio crítico del poema joco-serio que con el título de El Carnaval de Murcia en 1854 ha escrito el señor don Miguel Rubio Arróniz, no es la cordial amistad que a él me une la que gula mi humilde pluma. Durante la confección de estos mal trazados renglones, he prescindido de mis afecciones hacía el autor; he considerado como anónimo el poema, para que si mi corazón rechaza la severidad de mi conducta, mi conciencia me absuelva. Si al pronunciar, mi fallo, que de inapelable nada tiene, solo encuentro motivos de encomió, no buscaré defectos para hacer gala de una indulgencia que en mí supondría ridículas pretensiones.
En las seis primeras octavas que sirven de introducción al poema, pide al genio la inspiración en fluidos y armoniosos versos.
Dividido el poema en siete cantos, y con notable variedad métrica cuya circunstancia halaga mas el gusto de los que sin perder de vista la esencia jamás olvidan las formas que tanto influyen en la poesía, entra el señor Rubio Arróniz en el canto primero discurriendo acerca del origen del Carnaval que por desgracia se pierde en la espesa bruma de las edades. Después de manifestarnos el resultado de sus investigaciones, prueba que la sociedad es un perpetuo carnaval en la bellísima estrofa siguiente:
«Es el Mundo, a mi ver, un carnaval, En artes raros de engañar fecundo, Donde es lo cierto a la mentira igual, Y en la experiencia para tal me fundo: Todo el mundo engañando a cada cual, Y cada cual por engañar al mundo, La rueda marcha, el torbellino gira, Y todo es farsa vanidad, mentira»
El último verso por la amarga verdad que encierra me trae a la memoria el sagrado testo:
Vanitas vanitatum el omnia vanilas.
Elevándose a la altura de la filosofía nos hace ver el autor la mortífera lucha en que con nosotros mismos constantemente nos hallamos, y la necesidad de aspirar en el vertiginoso ambiente de esa época que precede a otra altamente ascética, los elementos que de embriaguez y de locura encierra, abriendo así un ligero paréntesis de placer en el largo testo de nuestras penalidades y miserias.
En el canto segundo nos muestra con tan excelente colorido el aspecto de la población entregada a las locuras del carnaval, que aun parece resonar en mis oídos la atiplada voz de las máscaras con la inmensa variedad de sus elegantes ó haraposos trajes, retratándose en mi imaginación, ora al fatuo señorón de feudales recuerdos cubierto de rica seda, ora la risible figura del que improvisa un disfraz con los mas groseros objetos que encuentra a la mano; ya el apuesto mancebo que viste el airoso ropaje de la bética tierra, ya la misteriosa beata con su austera cubierta, ya por fin la airosa gitana ó la seductora maja cuyas sediciosas formas provocan al más duro guarda-cantón de una esquina.
Después que hace la descripción que dejo indicada, inserta el bando que se publicó escrito en el dialecto de esta huerta y cuyo documento copiaría con gusto por su graciosa originalidad, sino fuera bastante conocido.
El canto tercero viene a ser, por su analogía, una continuación del anterior:
En el canto cuarto que se refiere al Segundo día de carnaval por la tarde, después de trazarnos en muy buenos versos las diversas escenas que tienen lugar con sus Amenos incidentes y extrañas peripecias, hace un interesante diálogo entre un mozo y una moza de la liberta, que por lo verosímil y por su castiza y característica dicción, merece leerse repetidas veces.
El señor Rubio Arróniz ocupase en el canto quinto, del bando que publicó el Casino en la mañana del tercer día para el entierro de la Sardina; describiéndonos los diversos personajes de su vistosa comitiva; haciendo especial mención del Ciudadano que fue objeto de la hilaridad de todos por su grotesco continente.
El canto sesto lo consagra exclusivamente a la tarde del citado día tercero, pero casi con abstracción completa de cuanto se refiere a las máscaras, sin anda por qué no hubiera hecho, sino repetir con ligeros variantes, las escenas de la tarde anterior, en lo cual debemos decir que ha estado sumamente atinado y reflexivo. En su lugar hace a grandes rasgos, en fáciles y armoniosas redondillas, el examen filosófico de nuestras pasiones, haciéndonos ver la marcha paralela que con nosotros siguen el placer y el dolor.
Torpemente embriagada nuestra alma con las vanas ilusiones que le proporcionan las mentidas delicias del carnaval, para lo cual hace por rechazar cuanto la abruma, dice el Sr: Rubio Arróniz con mucha exactitud:
«El mal y el dolor olvida: sólo el placer va a buscar, pues cree que solo a gozar está llamada la vida».
De la brillante mascarada conocida con el nombre de entierro de la Sardina, es objeto el séptimo y último canto a cuyo análisis renuncio por temor de confundir sus bellas tintas. Déjole por tanto in integrum y recomiendo su lectura, porque así y solo así, puede formarse la idea del fantástico y sorprendente cuadro que con minuciosa exactitud describe.
He examinado el poema a pesar de mi insuficiencia. Con la imparcialidad que me es propia, debo decir que su lectura ha excedido a mis fundadas esperanzas. En su género y con arreglo al asunto de que se ocupa, es digno hasta del más exigente censor. El señor Rubio Arróniz ha hecho una excelente mistura tristi-alegre ó joco-seria, ó lo que es lo mismo, ha sacado un gran partido moral del carnaval deduciendo con rigorosa lógica de las apariencias del hombre con antifaz, la realidad del hombre al descubierto; ha satisfecho cumplidamente el precepto de Horacio:
«Aut prodesse, volunt; aul delectare Poelce, Aul simul et jucunda et idonea dicere vital»
El poema no necesita, empero, de mi humilde recomendación; el poema se recomienda asimismo. Cuanto yo he dicho y más que hubiera podido decir en su elogio, no es sino el resultado de las gratas impresiones que hayan hecho en mi ánimo las bellezas de que abunda, y esto contando con las que necesariamente habrán pasado desapercibidas ante la pobreza de mi imaginación.
D. Espinosa.
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