sábado, 27 de agosto de 2011

NUESTRAS FIESTAS DE ABRIL EN 1858


SI ALGO SABEMOS DE NUESTRAS FIESTAS CAPITALINAS, MUCHO MÁS IGNORAMOS.
LOS DOS PRIMCIPALES FESTEJOS DE NUESTRA CAPITAL, NACIERON JUNTOS Y EN BUENA ARMONIA, YA QUE LOS MISMOS ERAN UNO SOLO, CON LA DURACIÓN DE TRES DIAS.
Y TAMBIEN EN AQUELLAS FECHAS, LOS FORASTEROS QUE ACUDÍAN A LAS MISMAS, ENCONTRABAN DIFICULTADES DE ALOJAMIENTO.
SEA ESTA UNA RESEÑA, QUE SERÁ AMPLIADA


Núm. 15.                                                        DOMINGO 7 DE Marzo DE 1858
LA PAZ
PERIÓDICO DE NOTICIAS, AVISOS Y DE FOMENTO DE LA PROVINCIA DE MURCIA


CRITICA LITERARIA

Al hacer el juicio crítico del poema joco-serio que con el título de El Carna­val de Murcia en 1854 ha escrito el se­ñor don Miguel Rubio Arróniz, no es la cordial amistad que a él me une la que gula mi humilde pluma. Durante la confección de estos mal trazados renglones, he prescindido de mis afecciones hacía el autor; he considerado como anónimo el poema, para que si mi corazón recha­za la severidad de mi conducta, mi conciencia me absuelva. Si al pronunciar, mi fallo, que de inapelable nada tiene, solo encuentro motivos de encomió, no buscaré defectos para hacer gala de una indulgencia que en mí supondría ridícu­las pretensiones.
En las seis primeras octavas que sir­ven de introducción al poema, pide al genio la inspiración en fluidos y armo­niosos versos.
Dividido el poema en siete cantos, y con notable variedad métrica cuya cir­cunstancia halaga mas el gusto de los que sin perder de vista la esencia jamás olvidan las formas que tanto influyen en la poesía, entra el señor Rubio Arróniz en el canto primero discurriendo acerca del origen del Carnaval que por desgra­cia se pierde en la espesa bruma de las edades. Después de manifestarnos el re­sultado de sus investigaciones, prueba que la sociedad es un perpetuo carna­val en la bellísima estrofa siguiente:
«Es el Mundo, a mi ver, un carnaval, En artes raros de engañar fecundo, Donde es lo cierto a la mentira igual, Y en la experiencia para tal me fundo: Todo el mundo engañando a cada cual, Y cada cual por engañar al mundo, La rueda marcha, el torbellino gira, Y todo es farsa vanidad, mentira»
El último verso por la amarga ver­dad que encierra me trae a la memoria el sagrado testo:
Vanitas vanitatum el omnia vanilas.
Elevándose a la altura de la filosofía nos hace ver el autor la mortífera lucha en que con nosotros mismos constante­mente nos hallamos, y la necesidad de aspirar en el vertiginoso ambiente de esa época que precede a otra altamente as­cética, los elementos que de embriaguez y de locura encierra, abriendo así un li­gero paréntesis de placer en el largo tes­to de nuestras penalidades y miserias.
En el canto segundo nos muestra con tan excelente colorido el aspecto de la población entregada a las locuras del carnaval, que aun parece resonar en mis oídos la atiplada voz de las máscaras con la inmensa variedad de sus elegantes ó haraposos trajes, retratándose en mi imaginación, ora al fatuo señorón de feuda­les recuerdos cubierto de rica seda, ora la risible figura del que improvisa un dis­fraz con los mas groseros objetos que encuentra a la mano; ya el apuesto mancebo que viste el airoso ropaje de la bé­tica tierra, ya la misteriosa beata con su austera cubierta, ya por fin la airosa gi­tana ó la seductora maja cuyas sedicio­sas formas provocan al más duro guarda-cantón de una esquina.
Después que hace la descripción que dejo indicada, inserta el bando que se publicó escrito en el dialecto de esta huerta y cuyo documento copiaría con gusto por su graciosa originalidad, sino fuera bastante conocido.
El canto tercero viene a ser, por su analogía, una continuación del anterior:
En el canto cuarto que se refiere al Se­gundo día de carnaval por la tarde, después de trazarnos en muy buenos versos las diversas escenas que tienen lugar con sus Amenos incidentes y extrañas peripe­cias, hace un interesante diálogo entre un mozo y una moza de la liberta, que por lo verosímil y por su castiza y ca­racterística dicción, merece leerse repetidas veces.
El señor Rubio Arróniz ocupase en el canto quinto, del bando que publicó el Casino en la mañana del tercer día para el entierro de la Sardina; describiéndonos los diversos personajes de su vistosa comitiva; haciendo especial mención del Ciudadano que fue objeto de la hilaridad de todos por su grotesco continente.
El canto sesto lo consagra exclusivamente a la tarde del citado día tercero, pero casi con abstracción completa de cuanto se refiere a las máscaras, sin an­da por qué no hubiera hecho, sino re­petir con ligeros variantes, las escenas de la tarde anterior, en lo cual debemos decir que ha estado sumamente atinado y reflexivo. En su lugar hace a grandes rasgos, en fáciles y armoniosas redon­dillas, el examen filosófico de nuestras pasiones, haciéndonos ver la marcha paralela que con nosotros siguen el placer y el dolor.
Torpemente embriagada nuestra alma con las vanas ilusiones que le propor­cionan las mentidas delicias del carna­val, para lo cual hace por rechazar cuanto la abruma, dice el Sr: Rubio Arróniz con mucha exactitud:

«El mal y el dolor olvida: sólo el placer va a buscar, pues cree que solo a gozar está llamada la vida».

De la brillante mascarada conocida con el nombre de entierro de la Sardina, es objeto el séptimo y último canto a cuyo análisis renuncio por temor de confundir sus bellas tintas. Déjole por tanto in in­tegrum y recomiendo su lectura, porque así y solo así, puede formarse la idea del fantástico y sorprendente cuadro que con minuciosa exactitud describe.
He examinado el poema a pesar de mi insuficiencia. Con la imparcialidad que me es propia, debo decir que su lectura ha excedido a mis fundadas esperanzas. En su género y con arreglo al asunto de que se ocupa, es digno hasta del más exigente censor. El señor Rubio Arró­niz ha hecho una excelente mistura tris­ti-alegre ó joco-seria, ó lo que es lo mis­mo, ha sacado un gran partido moral del carnaval deduciendo con rigorosa ló­gica de las apariencias del hombre con antifaz, la realidad del hombre al des­cubierto; ha satisfecho cumplidamente el precepto de Horacio:

«Aut prodesse, volunt; aul delectare Poelce, Aul simul et jucunda et idonea dicere vital»

El poema no necesita, empero, de mi humilde recomendación; el poema se re­comienda asimismo. Cuanto yo he dicho y más que hubiera podido decir en su elogio, no es sino el resultado de las gratas impresiones que hayan hecho en mi ánimo las bellezas de que abunda, y es­to contando con las que necesariamente habrán pasado desapercibidas ante la po­breza de mi imaginación.
                                                                                 D. Espinosa.


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